08 mayo 2013

El Cuento Comentado - Extracto

Complementado un poco lo que vengo diciendo en las entradas anteriores acerca del placer de escribir, quisiera compartir un extracto de un relato que estoy escribiendo en estos momentos. Tiene la particularidad de contener, como comentarios, todo lo que se me ha pasado por la cabeza durante el momento de su creación. El relato completo constará de varias partes (apenas he acabado la primera y llevo escritas unas líneas de la segunda). Espero que resulte tan interesante para mí escribirlo como para los lectores leerlo.



El cuento comentado:


Voy a escribir un cuento a partir de la temible “hoja en blanco”. Se supone que requiere mayor esfuerzo mental que hacerlo con una idea clara en la cabeza, pero es una oportunidad perfecta para experimentar un poco.
Primero definiremos una situación inicial. Intentaré no caer en un tópico: Tres personas, amigos, reunidos, conectados a… un servidor neuronal. ¡Vaya, aquí viene una idea que hace tiempo que no exploro!

—¿Lo tienes?
—Está aquí. No se escapará.
—Adelántate un poco y te seguiré.
Juan Diego pestañea repetidamente. Está acelerando los  procesos internos.

A estas alturas considero que es necesario guardar el archivo, para no perder lo avanzado, y así lo hago. Le coloco el título que tendrá la entrada del blog.

Gonzalo abre grande los ojos y suspira. Mira algún punto en la pared blanca de la habitación, pero en realidad está observando el arribo de un inmenso Zeppelin Acorazado a la zona de descenso. Sus dos amigos lo secundan unos metros por detrás, con las ametralladoras listas.
—¡Es más grande de lo que había imaginado!
—¡Esto no será fácil! —acota Julián.
—Ya lo creo —dice Gonzalo y toma posición detrás de un contenedor.

Creo que ya tengo una idea de lo que pasará a continuación. Pero estoy pensando que estos párrafos son apenas una escaramuza de lo que vendrá.

Las aspas del Zepellin hacen vibrar el aire. El zumbido se torna agresivo. La tensión crece.

Salvo el avance y respiro un poco. Es hora de releer las líneas escritas y apuntar los cañones. Ya vislumbro una idea que utilicé alguna vez en un cuento, pero que fracasó. Esta vez será mejor.

El aparato parece detenerse en el aire, como si intuyera, de alguna manera, la presencia de los tres amigos.
Juan Diego gruñe y Gonzalo asiente en voz baja. Ya saben que no habrá sorpresa; será todo fuerza bruta. La nave se queja, con un sonido de hierros que se retuercen, y entonces dos amplios portales se abren en la falsa panza del dirigible y emergen decenas de furiosos soldados alemanes. Juan Diego da la señal y se desata la balacera desde ambos lados. Los tres amigos tienen ventaja sobre el enemigo, por la protección de los inmensos contenedores, pero el panorama general asegura que la batalla será extensa, y sangrienta. Exactamente lo que ellos han estado buscando.

El juego de guerra virtual está planteado. No hace falta agregar nada a la batalla. Ahora tengo que hacer hincapié en la conectividad y la tecnología usada.

Juan Diego murmura algo y continúa pestañeando aceleradamente. Su corazón late deprisa, y los brazos y piernas se sacuden en espasmos involuntarios. Gonzalo y Julián, sentados frente a él y formando un triángulo alrededor de una pequeña mesa y de la consola de conexión, se sacuden de forma similar. Están batallando contra un duro ejército y el escenario está presente únicamente en sus cerebros. La consola PSI los conecta a alguno de los miles de servidores que conforman el Entorno Virtual Mundial, ubicados alrededor de todo el mundo. Ahora están enlazados con Percival VII, un ordenador neuronal de mil quinientos teras de capacidad, alojado…

Googleo… Encuentro lo que necesito. Nada exige que el relato sea científicamente correcto, pero es mejor darle algo de sustento.

… debajo del parietal izquierdo de un tal Viswana, un muchacho indio de quince años que tiene siete hermanos menores a quienes alimentar y que, realmente, no lo está consiguiendo del todo.
La consola lee las débiles señales cerebrales de los tres amigos, a través de una almohadilla transceptora, y envía los datos bajo un protocolo de seguridad SSL, pero prácticamente, sin ningún tipo de procesamiento. El verdadero milagro informático, el trabajo duro, tiene lugar en la cabeza de Viswana, mientras descansa, come o asiste a la escuela. Es por eso que siempre tiene cara de dormido y responde con lentitud, porque comparte su capacidad de procesamiento con cientos de miles de personas, y eso lo agota, literalmente.

Esto me gusta. En pocas líneas introduzco una situación siocioeconómica mundial y explico lo que quiero decir con Ordenador Neuronal. Estoy empezando a vislumbrar una idea concisa del rumbo que debe toma el relato.

[...]

Han pasado un par de días y creo necesario releer y modificar lo escrito. Y veo que era necesario. Detecto una inconsistencia en las líneas referentes al ordenador neuronal y las mejoro. Ahora se entiende un poco más acerca de qué tipos de conectores utilizan el usuario y el servidor.
Ya puedo continuar, pero claro, lo que antes era escribir a partir de la hoja en blanco ahora ya no es tan cierto. En el tiempo transcurrido, varias ideas han acudido para completar el rompecabezas mental. Ahora hay un norte más claro, aunque más alejado. Parece que el cuento se extenderá un poco…
Los alemanes yacen en la zona de descenso, desparramados sobre charcos de sangre oscura. Algunos sobreviven a duras penas, mutilados, heridos de muerte, y gritan o gimotean, implorando que los rematen. El realismo es increíble. Juan Diego siente un nudo en el estómago y observa a sus amigos. La palidez de sus rostros lo dice todo.
—¡Impresionante! —exclama al fin, intentando renovar las energías de sus amigos—. ¡Este juego es lo mejor!
Gonzalo asiente, pero no puede hablar. Aún está sobrecogido por la crueldad del escenario bélico. Además ha perdido dos vidas en el enfrentamiento y eso, de alguna manera, le duele. Se mantiene en silencio y sólo atina a dar unos pasos adelante. Avanza hacia la abertura del Zepellin, que espera como un gigante dormido. Sus amigos lo imitan, esquivando los cuerpos destrozados y evitando mirarlos, y los tres se detienen frente a la boca oscura y desdentada del coloso de metal.

Se aproxima un momento relevante. Hay que crear clima.

Los aliados ingresan a la estructura ronroneante y se ven envueltos en una penumbra espesa. Allí huele a gasolina y a pólvora, principalmente, pero también a humedad…, y a madera. Juan Diego se aproxima a un rincón donde se adivinan grandes bultos ocultos y quita de un tirón la lona que los cubre.  Las cajas oscuras y pulidas les llaman poderosamente la atención. Los escudos del Reich resaltan a la vista. Gonzalo saca su navaja y fuerza la traba de una de ellas. La abre, y sus ojos se agigantan.
—¡Increíble! —exclama—. ¡Es un tesoro del Reich!
Julián ríe alegremente, como si las monedas de oro y los colgantes que allí ve fueran reales, y se lanza sobre otra caja.
—¡Abrámoslas a todas! —grita—. ¡Con esta fortuna podremos comprar todos los extras del juego!
Juan Diego está de acuerdo y abre una caja a su vez. Toma las monedas de oro con sus manos y deja que se escurran entre sus dedos. No puede dejar de admirar el realismo de todo eso. Luego rebusca un poco en el fondo de la caja y roza algo que parece ser una corona. Sus dedos repasan las cinco puntas de una cruz. Tironea para sacarla, pero ésta se resiste. Emplea mayor fuerza y entonces siente un jalón hacia adentro que le arranca una exclamación de sorpresa. Sus amigos se vuelven hacia él.
—¿Qué tienes? —le pregunta Gonzalo.
Juan Diego intenta responder, pero un nuevo tirón lo arrastra a toda velocidad hacia el interior de la caja. Su brazo se hunde entre las monedas de oro y luego lo siguen su cabeza y su torso.  Julián salta para sostener sus piernas y se queda con las manos vacías y la mirada perdida en un montón de monedas de oro.
Pasan los segundos y el cuerpo de Juan Diego no reaparece. El sensor indica que no ha perdido la vida. Los amigos se miran, perplejos, y se aproximan a la caja. Allí escuchan, o creen escuchar, un débil gemido, un pedido de auxilio.
—¿Qué diablos…?
—¡Desconexión!
El grito desesperado es de Gonzalo. Tiene la boca y los ojos bien abiertos y la piel erizada por el miedo. Se inclina hacia delante y tose. Siente que el mundo se rearma a su alrededor y redescubre a sus amigos escupiendo y maldiciendo sobre la alfombra de la sala.
—¿Qué ha sido eso? —pregunta Julián. Gonzalo busca los ojos de Juan Diego.
Él mira a ambos y tarda en responder. Le falta el aire. La sensación de asfixia aún perdura.
—No lo sé… —dice al fin—. Me jalaron… No pude evitarlo…
—Debe ser un error del programa —acota Gonzalo—. Los bugs pueden ser realmente desconcertantes.
—Sí, no sé —acepta Juan Diego—. No lo sentí como un bug, pero… no sé. No sé qué sentí.
Los amigos se estudian durante un momento y vuelven su vista a la consola. La luz verde destella en forma normal.
—Quizás sea mejor que lo dejemos por hoy, chicos —dice Julián y se frota las manos en los pantalones. Gonzalo afirma con la cabeza.
—Ya es tarde para mí —dice—. Continuemos otro día.
Nadie agrega otra palabra al asunto y los tres amigos se alejan de la sala como huyendo de un mal sueño. Tiemblan por dentro, pero no quieren —no pueden— admitir que aquel juego les ha infundido un miedo inexplicable en el cuerpo, un temor primario.

Hasta aquí ha salido todo de un tirón. Puede ser mejorable, y seguramente lo modificaré, pero la idea se entiende perfectamente. Esta primera parte sienta las bases del relato.

Fin del extracto...