23 agosto 2009

Un cuento que se abrió camino en silencio


A fines del 2007 participé en un concurso que buscaba reunir relatos atípicos sobre las Fiestas con miras a armar una antología llamada No más turrón, por favor. Yo tenía un cuento cortito, escrito hacía poco tiempo, que con unos retoques cuadró perfectamente en la temática y lo envié. En diciembre me enteré con agrado que había recibido una mención especial y que sería de la partida en la antología. Lo celebré junto con el tercer puesto conseguido con una novela en el Premio Tauzero y me permití soñar con un par de libros publicados en muy poco tiempo.

Lamentablemente, en este ámbito y tiempos tan feroces donde las ganas van por delante de las verdaderas posibilidades de publicación (creo en la buena voluntad de los organizadores de estos concursos donde el libro es el premio) nos vamos desencantando en forma paulatina conforme transcurre el tiempo y las cosas no se concretan.

Lo cierto fue que la novela no se publicó, un par de cuentos del certamen OcioJoven 2006 tampoco lo hacían (hasta junio de este año que finalmente Grupo Ajec los editó) y éste en particular corría similar suerte. O al menos eso creía yo.

Enorme fue la sorpresa cuando hallé ésto buscando por allí en Google. Fue hace pocos días, y enterarme de que estaba disponible desde principios de 2008 me desconcertó. Es que nunca recibí un mensaje siquiera de que se había publicado (ni hablar de un ejemplar de cortesía que los organizadores ya me habían aclarado que les era imposible).

Por demás curioso, y gratificante, claro.

Más allá de que sea Bubok la encargada de venderlo (imprimen a pedido) y que GrupoBuho lo publicite (son lo más parecido a una Dunken de aquí, promoviendo la autoedición), los relatos son interesantes y fueron seleccionados entre 200 presentados, lo que me hace, aún más, desear tener uno en mi biblioteca.

Así que, ya saben, si andan con ganas de regalar...


Pero, por supuesto que luego de leer esta entrada no les voy a dejar con ganas del plato principal. Acá va el cuento:




Rey robot, de Claudio Amodeo

Seguimos el rastro marcado por InteliSat y arribamos al desarmadero como estaba previsto, para la medianoche del 24. La oscuridad reinaba y debimos mantener una alerta constante.
Un chillido agudo y débil, como el de una bestia malherida, nos orientó.
El monstruo estaba cerca.
Avanzamos, sigilosos, hasta alcanzar una herrumbrosa sala de máquinas. Allí dentro, las sombras nos jugaron bromas macabras, pero no desistimos. Rodeamos un gigantesco rotor dormido y hallamos a los dos androides fugitivos temblando de miedo.
Wizatron había acertado: era la noche del alumbramiento.
Intentaron ocultar al engendro, pero la falta de parte de sus cerebros electrónicos los delataba: con ellos habían realizado la fusión, habían dado vida al monstruo; a aquel que, según Wizatron, sería el rey de los androides, el nuevo Mesías, un dios encarnado que liberaría a su pueblo y subyugaría a la humanidad.
Apunté mi fusil y disparé sin vacilar.

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