Jamás pensé que cambiar de
casa resultaría tan difícil. En los tiempos que corren, vender una propiedad
para comprar otra un poco más grande puede transformarse en una verdadera
pesadilla. Y es que con el crecimiento del nuevo mercado inmobiliario poco
queda para una familia compuesta por simples y románticos humanos. Toda oferta
en Internet se ha reducido a propiedades antiguas y sobrevaluadas que más
debieran ser demolidas que habitadas, mientras que lo nuevo, lo a estrenar, está diseñado exclusivamente
para la forma de vida de los guanahanitas. Su creciente poder adquisitivo y la
colosal demanda de vivienda ha cambiado el rumbo de la industria y lo ha
apuntado a satisfacer sus extrañísimas necesidades. Estas nuevas construcciones
son aberraciones inenarrables, delirios arquitectónicos en los que una persona
común se vería arrastrado al suicidio ante, por ejemplo, el simple intento de
tomar una jarra de la alacena. Escaleras que se enroscan en torno a otras,
armarios que penden del techo, bóvedas de concentración de calor y un sinnúmero
de extravagancias propias de una película de ciencia ficción, o de terror,
mejor dicho.
Con mi esposa tenemos una
pareja amiga que ha adquirido una de estas viviendas, a falta de mejor
alternativa, y visitar su casa ha resultado un desastre total. Sólo he de decir
que frente a la escasez de aire respirable y a causa de los mareos producidos
por la visión de tanta maraña de hierro y piedra, he vomitado dentro de algo
parecido a un asiento hueco, donde el
culo humano corre el riesgo de quedar atrapado. No imagino una vida entre esas…
decenas de paredes, así que estoy a la espera de que, de un momento a otro,
suene el teléfono y me hagan llegar la triste noticia de la muerte de nuestro
amigos, o al menos, de su asilo en un manicomio.
Existe una alternativa
grotesca que lo constructores están intentando imponer: las casas híbridas, una
suerte de punto intermedio entre el delirio y la excentricidad. He visitado
unas cuantas de ellas y debo admitir que los tipos éstos tienen una imaginación
elogiable, y una capacidad de expresar con palabras grandilocuentes cada
minúsculo espacio que resulta envidiable. Sin embargo, encontrarse con inodoros
dobles, por eso de los dos orificios rectales de los guanahanitas para la
digestión rápida y la digestión lenta, con paredes espejadas de tamaños
monumentales y con camas desmontables no es lo que yo llamaría la casa de los sueños. Los precios resultan
atractivos, es verdad, pero condenarse a un cambio de rutina estresante es
jugar con la salud de toda la familia. Y eso sí que no es negociable.
Aquí parece que nadie se
detiene a pensar en esto. Parece que la carrera por la construcción de nuevas
viviendas pueda pesar más que cualquier argumento en pos de la salud y el
bienestar de la población humana. Parece que nosotros, los que alguna vez
fuimos los únicos seres evolucionados sobre la faz del planeta, debiéramos
alzar las voces y clamar por un poco de cordura y sensatez: tenemos necesidades
de vivienda. Esto es así. Entiendo que los guanahanitas sean muchísimos y que
se reproduzcan diez veces más que nosotros, pero aún estamos aquí. ¿Dónde ha
quedado el pacto de evolución conjunta que se firmara a su arribo a nuestro
planeta? ¿Es que también debemos aceptar que nos desprecien por ser la especie
menos inteligente? Los guanahanitas que llegaron en su arca eran una elite de
su sociedad, una selección de los mejores especimenes, que asegurarían la
supervivencia de su gente; era esperable que nos superaran en todos los ámbitos
de nuestra vida. ¿No deberíamos haber resguardado nuestra cultura y nuestro
orden social de tamaño impacto sociológico? ¿No deberíamos habernos dado cuenta
a tiempo de que en pocos años lograrían filtrarse en nuestros parlamentos y en
las gerencias de nuestras empresas para acabar controlando el destino de la
propia humanidad? Nos hemos vendido por unas cuantas monedas, como siempre.
Más allá de este discurso
que muchos tildarían de xenófobo, yo me considero una persona flexible y
comprensiva. No tengo nada en contra de nuestros amigos del espacio exterior y
veo con buenos ojos que ellos puedan desarrollar sus vidas en este planeta. El
intercambio cultural ha sido enriquecedor y los humanos, principalmente, nos
hemos beneficiado muchísimo, tanto a nivel tecnológico como social. Reconozco
todo esto y quiero dejarlo en claro porque quizás alguien pueda pensar mal de
mí y desvirtúe mis palabras, y mi queja, en definitiva. También reconozco que
no tengo amigos guanahanitas, pero no rehuyo al contacto con ellos. En la
oficina, sin ir más lejos, programo aplicaciones guanahanitas todo el tiempo e
interactúo con ellos en su lengua simplificada sin problemas. La falta de
amigos de su especie es, en todo caso, un hecho anecdótico, algo que puede
revertirse en cualquier momento.
El problema que me aqueja,
es, en cuestión, puramente inmobiliario y se circunscribe a una realidad
económica salvaje, contra la cual poco se puede hacer. Esto de la dificultad en
la compra y venta de inmuebles es algo más viejo que el mundo y existirá
siempre, con o sin guanahanitas a nuestro alrededor. Que no podamos adaptarnos
a sus excentricidades es un mal propio, una falla que viene de familia y que he
transmitido a mi descendencia… lamentablemente. Sólo espero que, a pesar de
todo lo complicado que está el mundo de hoy y de las diferencias culturales
entre las especies dominantes de la Tierra, podamos encontrar nuestro pequeño
lugar en el mundo.