05 febrero 2014

Un lugar en el mundo

Jamás pensé que cambiar de casa resultaría tan difícil. En los tiempos que corren, vender una propiedad para comprar otra un poco más grande puede transformarse en una verdadera pesadilla. Y es que con el crecimiento del nuevo mercado inmobiliario poco queda para una familia compuesta por simples y románticos humanos. Toda oferta en Internet se ha reducido a propiedades antiguas y sobrevaluadas que más debieran ser demolidas que habitadas, mientras que lo nuevo, lo a estrenar, está diseñado exclusivamente para la forma de vida de los guanahanitas. Su creciente poder adquisitivo y la colosal demanda de vivienda ha cambiado el rumbo de la industria y lo ha apuntado a satisfacer sus extrañísimas necesidades. Estas nuevas construcciones son aberraciones inenarrables, delirios arquitectónicos en los que una persona común se vería arrastrado al suicidio ante, por ejemplo, el simple intento de tomar una jarra de la alacena. Escaleras que se enroscan en torno a otras, armarios que penden del techo, bóvedas de concentración de calor y un sinnúmero de extravagancias propias de una película de ciencia ficción, o de terror, mejor dicho.

Con mi esposa tenemos una pareja amiga que ha adquirido una de estas viviendas, a falta de mejor alternativa, y visitar su casa ha resultado un desastre total. Sólo he de decir que frente a la escasez de aire respirable y a causa de los mareos producidos por la visión de tanta maraña de hierro y piedra, he vomitado dentro de algo parecido a un  asiento hueco, donde el culo humano corre el riesgo de quedar atrapado. No imagino una vida entre esas… decenas de paredes, así que estoy a la espera de que, de un momento a otro, suene el teléfono y me hagan llegar la triste noticia de la muerte de nuestro amigos, o al menos, de su asilo en un manicomio.

Existe una alternativa grotesca que lo constructores están intentando imponer: las casas híbridas, una suerte de punto intermedio entre el delirio y la excentricidad. He visitado unas cuantas de ellas y debo admitir que los tipos éstos tienen una imaginación elogiable, y una capacidad de expresar con palabras grandilocuentes cada minúsculo espacio que resulta envidiable. Sin embargo, encontrarse con inodoros dobles, por eso de los dos orificios rectales de los guanahanitas para la digestión rápida y la digestión lenta, con paredes espejadas de tamaños monumentales y con camas desmontables no es lo que yo llamaría la casa de los sueños. Los precios resultan atractivos, es verdad, pero condenarse a un cambio de rutina estresante es jugar con la salud de toda la familia. Y eso sí que no es negociable.

Aquí parece que nadie se detiene a pensar en esto. Parece que la carrera por la construcción de nuevas viviendas pueda pesar más que cualquier argumento en pos de la salud y el bienestar de la población humana. Parece que nosotros, los que alguna vez fuimos los únicos seres evolucionados sobre la faz del planeta, debiéramos alzar las voces y clamar por un poco de cordura y sensatez: tenemos necesidades de vivienda. Esto es así. Entiendo que los guanahanitas sean muchísimos y que se reproduzcan diez veces más que nosotros, pero aún estamos aquí. ¿Dónde ha quedado el pacto de evolución conjunta que se firmara a su arribo a nuestro planeta? ¿Es que también debemos aceptar que nos desprecien por ser la especie menos inteligente? Los guanahanitas que llegaron en su arca eran una elite de su sociedad, una selección de los mejores especimenes, que asegurarían la supervivencia de su gente; era esperable que nos superaran en todos los ámbitos de nuestra vida. ¿No deberíamos haber resguardado nuestra cultura y nuestro orden social de tamaño impacto sociológico? ¿No deberíamos habernos dado cuenta a tiempo de que en pocos años lograrían filtrarse en nuestros parlamentos y en las gerencias de nuestras empresas para acabar controlando el destino de la propia humanidad? Nos hemos vendido por unas cuantas monedas, como siempre.

Más allá de este discurso que muchos tildarían de xenófobo, yo me considero una persona flexible y comprensiva. No tengo nada en contra de nuestros amigos del espacio exterior y veo con buenos ojos que ellos puedan desarrollar sus vidas en este planeta. El intercambio cultural ha sido enriquecedor y los humanos, principalmente, nos hemos beneficiado muchísimo, tanto a nivel tecnológico como social. Reconozco todo esto y quiero dejarlo en claro porque quizás alguien pueda pensar mal de mí y desvirtúe mis palabras, y mi queja, en definitiva. También reconozco que no tengo amigos guanahanitas, pero no rehuyo al contacto con ellos. En la oficina, sin ir más lejos, programo aplicaciones guanahanitas todo el tiempo e interactúo con ellos en su lengua simplificada sin problemas. La falta de amigos de su especie es, en todo caso, un hecho anecdótico, algo que puede revertirse en cualquier momento.

El problema que me aqueja, es, en cuestión, puramente inmobiliario y se circunscribe a una realidad económica salvaje, contra la cual poco se puede hacer. Esto de la dificultad en la compra y venta de inmuebles es algo más viejo que el mundo y existirá siempre, con o sin guanahanitas a nuestro alrededor. Que no podamos adaptarnos a sus excentricidades es un mal propio, una falla que viene de familia y que he transmitido a mi descendencia… lamentablemente. Sólo espero que, a pesar de todo lo complicado que está el mundo de hoy y de las diferencias culturales entre las especies dominantes de la Tierra, podamos encontrar nuestro pequeño lugar en el mundo.



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